Estamos viviendo una época muy convulsiva, pensé mientras recordaba los acontecimientos dramáticos a los que asistimos en la última década, o tan solo en los últimos seis años.
Primero fue el virus del Corona durante el cual descubrimos, entre otras cosas, que existían vocablos que no conocíamos y que jamás habíamos oído pronunciar ni leído: el confinamiento, o sea atrincherarse en casa y no salir a la calle nada más que en casos de extrema emergencia. “Aislamiento temporal, generalmente impuesto a una población, una persona o grupo por razones de salud o de seguridad”, como reza en el diccionario de la RAE.
El Covid-19 que, casi seis años después, todavía se mantiene por aquí y por alládisfrazado en forma de gripe normal, ha producido estragos en la población mundial, además del número de personas que han perdido la vida a su costa. Según la Organización Mundial de la Salud, entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021, se produjeron cerca de 15 millones de muertes a causa de esta pandemia (pandemia, otro nuevo vocablo). Incluso hay quien sitúa la cifra en 18,2 millones de personas y, en general, se ha cebado con las gentes de mayor edad, debido a sus débiles y escasas fortalezas. Y, sin exagerar, quien no ha sentido la pérdida de un familiar o de un próximo en estos últimos años por su causa.
Lo malo es que el Covid-19, no fue el único mal que hemos sufrido últimamente. Además, se han producido varias catástrofes naturales y climáticas de gran magnitud: terremotos, volcanes, inundaciones, incendios… a través de todo el planeta, produciendo grandes desastres humanos, económicos…
Entre los desastres naturales que han afectado recientemente a España, destacan el temporal de Filomena en enero de 2021 y la erupción del volcán de La Palma, ocurrida en septiembre del mismo año, que tuvieron costos de 505 y 233 millones de euros respectivamente. En general, los desastres naturales que conoció España ese año, tuvieron un costo total de alrededor de 3.600 millones de euros, cifra nada desdeñable.
La cuenca mediterránea española ha conocido el año pasado otra catástrofe, si cabe, peor que las de costumbre (ligeras inundaciones), a causa del cambio climático: las temperaturas extremas, han provocado un incremento de las sequías, las olas de calor y han traído la inundación más extrema, la DANA o una Depresión Aislada a Niveles Altos, que azotó la Comunidad Valenciana, produciendo más de 200 fallecidos e incalculables personas desaparecidas. Desde finales de octubre de 2024 hasta la fecha, finales de mayo de 2025, siguen sin calcularse los daños económicos sufridos. Los valencianos continúan hoy día, sufriendo las consecuencias de este desastre, que ha contado con el apoyo y ayuda de grupos militares y de civiles voluntarios, que han acudido cuando su trabajo y sus medios se lo permitían.
No hemos terminado con la DANA, cuando de repente y por sorpresa, nos llega el apagón. El lunes 28 de abril a las 12.33 hora europea, varios países sufrieron un corte sorprendente de energía, con lo que ello supone. Falta de electricidad en las casas, calles, comercios, administraciones, estaciones de trenes, autobuses, metro y aeropuertos. O sea, un paro total de las actividades y, mientras tanto, lo que hay depositado en las neveras y congeladores, yéndose al garete, por descongelación acelerada debido a la temperatura primaveral reinante. Esto no es todo, como la gente está acostumbrada a pagar un café y casi a comprar una barra de pan con la tarjeta, pues andan sin dinero en efectivo. El propietario de la cafetería que se haya más cerca de mi casa, me contó que ese lunes han acudido a él varios clientes pidiéndole fiado lo que iban a comer y beber por falta de parné en el bolsillo y por la imposibilidad de poder pagar con una tarjeta bancaria. Pero enMadrid, me comentaron que las terrazas de bares, cafeterías y restaurantes estaban abarrotadas con los que sí tenían efectivo. Ellos, la clientela consumista, estaban dispuestos a acabar con lo que quedaba en las neveras y congeladores. Pero y nosotros, ¿dónde estábamos y qué hacíamos?
Mi mujer y yo nos encontrábamos en Lisboa, disfrutando de un viaje de placer. El domingo 27 debíamos coger el avión de regreso a casa, y a las cinco de la tarde nos encontrábamos ya en el aeropuerto. Facturamos las maletas y nos sentamos a tomar un refresco, cuando de repente nos dimos cuenta que nuestro vuelo de Easyjet había sido cancelado. Porqué, pues no lo supimos porque nadie nos ha dado la razón de lo que había pasado. Después de preguntar por el próximo vuelo, de cómo recuperar las maletas ya facturadas y de todas las dudas que nos surgían, decidimos separarnos para solucionar las cosas. Personalmente me quedé mirando cuándo había un vuelo a Madrid, mientras mi mujer se fue a recuperar las maletas facturadas. Menudo lío. Nos informaron de que la compañía no tenía un vuelo para el día siguiente, o sea había que reservar el vuelo de pasado mañana, o sea del martes, o buscar otra compañía que vuele el día siguiente, o sea el lunes 28, y tuvimos suerte. Pude reservar, usando el teléfono, un vuelo para ese lunes por la tarde, ¡premio dije! Lisboa no quiere soltarnos y sus espíritus han decidido que sigamos allí un día más pensé, pues así será, y así mañana volveré a comer ese delicioso plato de sardinas en aquella terraza céntrica. Esa hora de separación entre mi mujer y yo, fue infernal. Resulta que no podíamos contactarnos por WhatsApp ni por teléfono. Ella estaba en una planta y yo en otra, no tan lejos, pero había mucho barullo porque nuestro vuelo no era el único cancelado de Easyjet. Estaba cancelado también un vuelo interno, el de la isla de Madeira al cual han encontrado un avión de remplazo.
Pasada esa hora de incertidumbre, ya habíamos reservado un vuelo para el día siguiente y ya habíamos recuperado las maletas, pero nos faltaba el hotel. ¿Dónde íbamos a pasar la noche? Tenía todavía los papeles de la reserva con todos los datos, incluido el número de teléfono del Hotel Plaza. Fácil, muy fácil ha sido contactar con el hotel donde habíamos pernoctado las cuatro noches anteriores, y nos reservaron la misma habitación, la 102. Digo que fue fácil porque varios de los jóvenes que se encontraban en la recepción del hotel, entendían y hablaban un buen español. No había problema, me identificaron a la perfección y todo fue coser y cantar.
Ya sabíamos los autobuses que iban y venían del aeropuerto a la ciudad. Todos pasaban nada lejos del hotel. Así evitábamos que otro taxista nos la juegue, como nos pasó aquel día que llegamos a Lisboa. Pagamos 49 € por un trayecto que pasaba unos pocos euros de la mitad. Así nos comentaron en el hotel, que lo sabían muy bien, pero también sabían que a unos clientes suyos les costó la broma unos 600 € como nos dijeron. Esto no quiere decir que todos los taxistas de Lisboa son unos mangantes, ni mucho menos. Otros fueron con nosotros amables, serviciales y muy correctos.
Volvimos a la habitación 102. Dejamos las maletas y salimos a dar un paseo. Una preciosa tarde de primavera teníamos por delante, pero no tardamos en volver al hotel. Estábamos cansados después de esas dos horas de nervios que pasamos en el aeropuerto, y decidimos cenar algo allí mismo y subir a descansar, que mañana pasaríamos otro día en Lisboa.
El Hotel Plaza de Lisboa ofrece varios servicios más a su clientela. Se puede tomar agua, café y té gratuitamente todo el día en una sala de la planta baja, pero también se puede disfrutar de un vino de Oporto a discreción, en una esquina cercana de la cafetería. Digo a discreción, porque en días anteriores observamos cómo unos clientes, o una clienta en particular, se sentaba enfrente de las dos botellas de vino y no se levantaba hasta ingerir unas cuatro o cinco copas de ese delicioso vino. Así nos plantamos en una mesa, pedimos un par de cervezas y nos fuimos a por un par de vinos de Oporto para calmar la sed y tranquilizar los nervios. Cenamos y nos subimos a la 102 a descansar que, al día siguiente, lunes 28 de mayo, seguíamos en Lisboa, que es una ciudad de encanto. Pues disfrutemos ya que estamos aquí, pensamos.
Al día siguiente y después de desayunar, pensé en imprimir las tarjetas de embarque de nuestro vuelo de por la tarde. Volábamos con Iberia, o sea que era como estar ya en casa. Pregunté a los jóvenes de la recepción por si podía utilizar la sala de los ordenadores y me dieron permiso para acceder. Encendí el ordenador y la impresora para entrar a mi correo donde tenía acceso a los billetes de vuelta a Madrid. Imprimí los billetes y justo cuando pretendía imprimir las tarjetas de embarque, se fue la luz. Vaya pensé, justo ahora. Eran las 11.33 horas en Lisboa, una hora menos que en Europa, donde a las 12.33 h se produjo el apagón. La mitad del hotel tenía luz y la otra mitad se había quedado a oscuras. Bueno, dentro de nada se restablecerá la luz y sacaré las dichosas tarjetas de embarque. Pero no fue así, después de unos diez minutos, uno de los jóvenes de la recepción me dijo que no me preocupara que él me podía imprimir las tarjetas y así fue, dicho y hecho y sin problema alguno.
Las noticias del apagón se fueron extendiendo con suma rapidez. Que no había luz en todo el barrio, que tampoco funcionaban los semáforos en un lunes de intenso tráfico, que el apagón alcanzó el centro de la ciudad y las zonas turísticas donde todos los establecimientos que no tuvieran un generador, se habían quedado a oscuras. Las terrazas de bares, cafeterías, mesones, bodegas, restaurantes, casas de comida y chiringuitos en general, no daban servicio de comidas calientes. Tan solo ofrecían bocadillos y sándwiches fríos. La bebida también se encontraba restringida, no había cerveza de barril, ni cafés ni infusiones. Tan solo botellas de agua, que poco a poco estaban calentorras, atendiendo al calor que la gente en las calles iba soportando. A finales de abril, ya en primavera, el sol de Lisboa no quemaba, pero picaba un poquito.
Nos dimos un corto paseo y volvimos al hotel. Allí nos trataban bien y nuestras maletas las había custodiado el portero. Se empezaba a murmurar que el apagón no era tan solo lisboeta ni tan solo portugués. Se hablaba también de España, el sur de Francia, parte de Italia, Alemania, Holanda y no sé qué países europeos más. Se habló de los medios de transporte públicos, sobre todo de trenes, barcos y aviones. Seguramente que las torres de control tendrán electricidad. No pueden quedarse a oscuras por causa de una pequeña avería eléctrica.
Sí, empezaron a llegar mensajes de trenes y vuelos cancelados. La cosa iba preocupando poco a poco a todo el mundo. Que sí había vuelos, que no se podía volar, que los trenes se habían quedado en las estaciones… Todo el mundo opinaba y nadie sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar o lo que estaba pasando ya. El joven y simpático de la recepción del hotel, me miró y me susurró: señor el hotel se ha llenado en un momento, no me quedan habitaciones libres, lo siento mucho.
Seguros ya de la cancelación del vuelo de Iberia de ese lunes, ahora debemos encontrar donde alojarnos, donde pasar la noche, que a nuestra edad no podíamos quedarnos sin habitación. Gracias a la divinidad y, no nos explicamos como, en el Hotel Plaza había red todavía. Rápidamente utilizando el teléfono móvil, me contacté a la red con el fin de encontrar un hotel y sin tardar mucho lo conseguí. Era un hotel de 4 estrellas que no se encontraba lejos de donde estábamos, lo encontré buscando por Booking y reservé la habitación a un buen precio. No llegaba a 100 €. Se lo comenté al joven de la recepción y me dijo que el hotel estaba bien y que no se encontraba lejos; incluso me propuso llamarme a un taxi, cosa que agradecí enormemente.
Efectivamente, en diez minutos y por unos 7 euros, llegamos al hotel en cuestión. Parecía bueno y limpio por lo menos. Había mucha gente en la recepción, mucha gente joven y me puse a la cola para hacer el registro de la habitación confirmada.
- – Hola, soy fulano y tengo una habitación reservada
- – ¿Cuándo ha hecho usted la reserva señor? me preguntó la joven.
- – Hoy, la hice hoy y está confirmada.
- – Lo siento, me dijo. Y levantó la voz para continuar diciendo que “todas las reservas hechas hoy, han quedado canceladas”, dijo mirándome a mí y a los jóvenes que se encontraban en el recinto como reafirmándose. Lo siento, volvió a repetir.
Estábamos en el barrio o zona de Santo Antonio y para colmo, el hotel se llamaba 3K Madrid, cerca del Metro y en dirección hacia el aeropuerto. Era fenomenal y el precio muy asequible.
Desilusionado y algo cabreado y preocupado por no haber conseguido la habitación, le pregunté por los hoteles que había en la zona. Amablemente me indicó uno muy cerca y me aseguró de que tendrían habitaciones.
Para no movernos todos, teniendo que arrastrar las maletas, le comenté a mi mujer que era mejor que ella se quedara allí, mientras yo iba a la caza de la habitación. Así en aproximadamente una hora, me recorrí todo el barrio visitando en total unos siete hoteles y no había manera de encontrar donde alojarse. En el octavo hotel, una señorita me comentó a mí y a un grupo de jóvenes que también andaban buscando lo mismo, nos comentó que tenía siete habitaciones, pero que costaban a 248 € cada una por noche y que no había ni luz ni agua. Sin meditar, le dije que yo quería una, mientras los jóvenes permanecían callados. Eran muchos euros para una habitación, aunque fuera el hotel de 4 estrellas.
Sí, sí, conseguí la habitación después de recorrer todo el barrio y después de casi más de una hora. Me registré, aboné con tarjeta los euros acordados, cogí la llave y salí en busca de un taxi para ir a buscar a mi mujer. Ella seguía donde la dejé, pero estaba sufriendo porque tardé una eternidad en dar señales de vida. Resulta que me había llamado unas cinco veces al teléfono, que no sonó en ningún momento. Yo estaba preocupado recorriendo el barrio a la caza de la sonada habitación, mientras ella estaba preocupada por no saber nada de mí. Bueno, todo había acabado. Teníamos la habitación soñada, aunque sin luz y sin agua, pero la teníamos. El taxi que había cogido, nos devolvió al hotel de nuestro alojamiento. Fenomenal, llegamos al hotel para descubrir la habitación, que se encontraba en una entreplanta dando a la calle o, mejor dicho, dando a una especie de terraza cubierta que daba a la calle, además, para llegar a ella, había que subir unas escaleras hasta el primer piso, seguir por un pasillo en el que había que subir y bajar unos ocho escalones, para continuar hasta el final del mismo. O sea, una aventura y sin utilizar el ascensor. Y por eso, habíamos pagado ni más ni menos que 248 €. Menuda compra.
La habitación era normal y sí, tenía baño que estaba sin luz y sin agua. Eran cerca de las siete de la tarde de un día soleado y claro de finales del mes de abril. Después de descansar unos cinco minutos, decidimos ir a buscar una garrafa de agua por si utilizamos el baño. Paseando, pregunté a una mujer oriental que se hallaba en la puerta de una tienda, por si tenían linternas y me contestó que no, pero sí tenían velas. O sea que podíamos solucionar el problema de la luz por lo menos. Mi señora no me hizo caso y nos fuimos en busca del agua, que era más importante. De repente, pasamos junto a una tienda que parecía ser de comestibles, pero que estaba cerrando sus puertas. Le rogué al hombre que me vendiera una garrafa de agua, pero alguien desde el interior le decía que cerrase ya la puerta y que el negocio estaba cerrado. Debí de poner cara de muy necesitado allí, mientras el hombre de dentro insistía en cerrar la puerta. Al final accedió y por unos dos euros me acercó la garrafa de agua que era esencial para poder pasar la noche en aquella oscura habitación.
Al salir del hotel, pasamos cerca de un bar donde teníamos previsto entrar a la vuelta. Y justo cuando volvimos, cargados con la garrafa de agua, lo encontramos cerrado. Total, nuestro gozo en un pozo. No pudimos tomar nada para saciar nuestra sed y calmar los nervios, como tampoco pudimos comprar nada para cenar. Pensamos que teníamos dos bocadillos del día anterior que no habíamos comido, cuando mi mujer me comentó que tan solo quedaba uno, el otro se lo había dado a una persona que vio que estaba necesitada. Le dije que no pasaba nada, que yo además llevaba una bolsa de almendras que habíamos adquirido el día anterior, en una especie de mercadillo. Con eso podíamos darnos por satisfechos y aguantar hasta el desayuno del día siguiente en el hotel, que estaba incluido con la habitación.
Nos refugiamos en la habitación con la luz de nuestros teléfonos móviles. Teníamos los móviles cargados a tope y hasta pudimos, cada uno con su teléfono, ver algo en Netflix, como de costumbre. Cenamos y nos acostamos. Hacía buena noche y teníamos las dos ventanas medio abiertas. De tanto ajetreo, estábamos cansados y nos debimos quedar dormidos muy pronto. A media noche cuando me desperté para ir al baño, noté que había luz en la habitación. Ya era algo, había un problema menos, tan solo faltaba el agua para darse una ducha relajante.
A eso de las ocho de la mañana nos despertamos y fuimos a comprobar si había agua y, efectivamente, del grifo salía agua tibia que poco a poco iba saliendo cada vez más caliente. Qué felicidad, hasta nos podremos duchar y cambiar de ropa, porque nos esperaba un día muy largo hasta poder llegar a casa. El vuelo de vuelta a Madrid era a las 20.30 horas, una hora más en España.
Ya estaba todo calculado. Después del desayuno, hicimos las maletas tranquilamente y salimos al pasillo principal del hotel. La gente tenía otra cara, parecían y estaban todos sonrientes. Habían triunfado venciendo las sugestiones, amarguras y preocupaciones del día anterior. Hoy parecía que todo iba a salir bien, y si no, algo mejor que el día anterior.
Todavía no sabíamos nada del apagón. Sabemos que la luz y el agua han vuelto al hotel, como a toda la ciudad y a todo Portugal, pero no sabíamos ni cuándo, ni cómo. Pero allí estaban al servicio del ciudadano, que ya se sentía más relajado y tranquilo.
Desayunamos tranquilamente y nos volvimos a subir a la habitación. No había prisa para hacer nada. El plan era dejar las maletas en el hotel e ir al centro a pasear, comer y lo que surja, para a eso de las 18.00 horas recoger las maletas en el hotel e ir al aeropuerto en autobús. Eso hicimos, vuelta otra vez al aeropuerto que se encontraba abarrotado de personas. Pasar otra vez el control, la policía, pero esta vez con un bulto añadido. Resulta que el domingo cuando pasamos el control, adquirimos un par de botellas de vino de Oporto para llevarlas a Madrid. Botellas que volvíamos a pasar por el control. El vigilante del control se extrañó y puso una cara rara. Le expliqué que las adquirimos en el duty free dos días antes, cuando nos cancelaron nuestro vuelo de vuelta a Madrid. Sin comentarios, cogió el paquete con las dos botellas, entró en un despacho de por allí y volvió con el paquete en un nuevo envoltorio. Le dimos las gracias y continuamos nuestro camino.
Era martes y llevábamos en Lisboa seis días, pero habíamos venido a pasar tan solo cuatro. Realmente, es una de las ciudades de las cuales no te puedes cansar. Siempre hay algo nuevo que se puede hacer. Y si no, con deambular por sus calles, siempre descubrirás algo nuevo que no habías visto, algo bonito seguramente. Además, el tiempo nos estaba ayudando. Ni frío ni calor, la temperatura ideal para andar, pasear y fijarse en nuevas cosas.
Bueno, sobrevivimos al apagón en Lisboa. Lo bueno es que, llevábamos dinero en efectivo, y no tuvimos problema para hacernos con cualquier cosa que se nos antojase. Y la verdad es que, tampoco tuvimos grandes antojos. Sí, ese fue uno de los grandes problemas del apagón, tener o no dinero en efectivo. La inmensa mayoría de la gente, desde la pandemia que se popularizaron las tarjetas bancarias y se permitió hasta abonar un café con la tarjeta, la gente digo, se fue acostumbrando a esos pequeños pagos y dejaron de sacar dinero de los cajeros y de llevar dinero en efectivo en el bolsillo. Pues ese fue un gran problema que se le planteó a mucha gente ya que casi nada se podía abonar con las dichosas tarjetas.
Una vez ya en Madrid, el gerente de una cafetería de mi barrio, me comentó que muchas personas, todos ellas clientes de su negocio, acudieron a él para que les diera de comer y beber fiado; solicitudes a las cuales él accedió sin problema alguno. Todas eran personas conocidas y, además, clientes asiduos de su negocio, ¿cómo se iba a negar? Ellos, muy agradecidos, acudieron al día siguiente a abonar las deudas y a presentar su agradecimiento y satisfacción. A partir de este apagón, se popularizó el tener algo de parné en casa, por si las moscas. Eso detecté de varias charlas y varios comentarios de conocidos y amigos, incluso de aquellos que no creían en la necesidad de llevar dinero o de tenerlo en casa, “porqué, si siempre se puede pagar con tarjeta, o sacarlo de los cajeros”, te podían decir. Pero ¿y si no se puede hacer ninguna de esas dos cosas?
Se ha hablado mucho del apagón. De cómo sucedió, de dónde lo sufrieron y de cuáles fueron las causas de su producción. Hoy, pasado ya un mes y pico de aquel fatídico día, las cosas no se han aclarado. No se dice qué centrales cayeron ni porqué no se ha aislado el problema. Se sospecha que la culpa es de la Red Eléctrica, que ha sufrido una sobretensión, y la información es soltada a cuenta gotas por el Ministerio de Transición Ecológica. Por otro lado, se acusa a las empresas energéticas privadas que, posiblemente, se enfrentarán a multas millonarias. Por otro lado, se dice que la culpa la tiene Francia por no mejorar las conexiones eléctricas, lo que perjudica a España y a Portugal.
Está comprobado que los españoles no están contentos con sus proveedores de energía. Así andan continuamente cambiando de proveedor y las mismas empresas siempre están a la gresca y se están ofreciendo a unos y a otros y animando a que las familias hagan el cambio, ofreciendo ofertas más baratas. Por otro lado, se están ofreciendo los paneles solares como la solución idónea por las subvenciones del Gobierno y las rebajas fiscales. Pero ¿es verdaderamente cierto que existen estas subvenciones y estas reducciones fiscales? Habrá que verlo y habrá que asegurarse de que no se produzca otro apagón como el sufrido.